> El Blog de Rubencho: noviembre 2015

Crónicas de la carne. Una probada de mis relatos

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Esto es un libro cargado de erotismo. Son historias basadas en los impulsos y las emociones incontroladas. Situaciones que pudieron haberte pasado a ti, o quizás has querido que sucedan.
Disfrútalo.

LA BELLA, LA ARAÑA Y LA BRUJA

El último semestre era mas intenso de lo que pudo haber imaginado. Ya no tenía tiempo ni de peinarse y el dinero tampoco le estaba alcanzando. El salario como maestra suplente, pagando la novatada como futura graduada de la universidad, era casi una limosna. Nunca había abandonado sus iniciativas, era emprendedora y creativa. Y con su pequeño negocio de repostería estaba segura que rebasaría muy pronto lo que ganaba como docente, e incluso podía, con disciplina, ganar más que como directora de escuela. 

Carol se sentía extraña en ese traje, no lo usaba desde que se graduó de bachiller y su maestra de primaria le pidió el favor de animar la fiesta de fin de curso de los niños de primer grado. Era delgada pero firme, de 1.60 mts de estatura, con el cabello hasta los hombros color castaño con destellos artificiales dorados. Manos delicadas con dedos fuertes producto de su afición a curiosear en la mecánica automotriz junto a su padre con quien no hablaba desde hacía ya tres años. Todo por un novio no aceptado y haber desafiado su autoridad. “Ya se le pasará, no estaremos así para toda la vida, y por Dios, soy su única hija”. Tenía un rostro retador, de los que no temen a mirarte fijamente con seguridad, con unos ojos color ámbar oscuro, mejillas redondeadas, piel morena muy clara, casi blanca tostada por el sol de su Puerto Cabello natal, boca grande, labios carnosos, habitualmente rojos como manzanas jugosas. Una voz engañosa que puede sonar tan dulce como desafiante, dependiendo de cómo la provoques, casi siempre alta, quizás para compensar su baja estatura. Y un carácter temperamental, visceral pero a la vez vulnerable. Como dijo alguna vez un pretendiente, una pequeña hada atorrante, malcriada, intrigante pero hermosa hasta quemarte el alma.

“Dios, voy a parecer una Blancanieves envenenada con esta cara tan demacrada que cargo.”

Se tomó un ibuprofeno para aliviar el dolor de cabeza recurrente y constante de varios días. Se recostó para cerrar los ojos unos momentos. Su cama le parecía extraña al usarla para relajarse. Últimamente era una extensión de su escritorio, donde colocaba la laptop mientras tecleaba sin parar sus deberes universitarios. En especial su trabajo de grado, que la mayor parte del tiempo parecía un combate tácito intelectual con la profesora encargada de evaluarla. “¡Cambiar cuatro veces el título! es una bruja amargada, con razón es solterona, una resentida". 

Una especie de vapor cálido le cubrió la cara, se levantó rápidamente por reflejo y volvió a sentir el fresco de la tarde. Se asomó a la puerta y vio como algunas gotas de agua le revelaban que había llovido un buen rato. Salió a recorrer los alrededores de la casa. Se sintió ligera, como si las piernas no le pesaran. Casi flotando por los pasillos. El medicamento había hecho efecto de una manera bastante favorable y deseó que se mantuviera así todo el día.

Le pareció extraño que la comezón por su tatuaje en el abdomen había desaparecido. Subió un poco la blusa para verlo y estaba curado completamente. Los pétalos, el tallo y los arabescos de la flor entrelazada que se había hecho dibujar, subía hasta sus costillas y bajaba hasta perderse dentro de su falda.

Quizá también fuera efecto secundario de la pastilla, tal vez había caducado y no se percató de su fecha de vencimiento, pero en realidad comenzó a notar que caminaba sin rumbo y al mismo tiempo con la seguridad de que no quería volver a la casa. Disfrutó el vagar hasta perderse en una maraña de veredas con casas muy juntas entre sí, apretujadas buscando resaltar con sus vivos colores en rojo, amarillo, verde, azul turquesa y violeta. Muchos postes de luz sin cables y rejas que le daban el aspecto de un laberinto de hierro y concreto. Como un bosque metálico, con árboles con transformadores, fusibles y alambres en lugar de frutos.

–Oye, ¿me puedes decir la hora? –preguntó un hombre que daba golpes a la latonería de un viejo Ford Fairlane 500, de color naranja y tapicería en estado lamentable, con un martillo de goma en el garaje de una casa que funcionaba como taller mecánico, con partes de vehículos tiradas por doquier y las infaltables manchas de aceite ensuciando todo el piso. Vestía un jean azul roto, una camiseta negra sin mangas de The Ramones, llevaba el cabello corto y revuelto, como si odiara peinarse y tatuajes tribales en el brazo derecho. Era muy blanco y se dejaba crecer un muy mal intento de barba que crecía caprichosa y dispersa por toda la cara. De mirada penetrante y segura, fue evidente que ella captó su atención y que s preguntó la hora para buscarle conversación. A ella no le disgustaba pero no quería que la retrasase en su recorrido.

–No tengo reloj, y dejé el teléfono, disculpe –contestó Carol.

Siguió caminando y se dio cuenta de que estaba perdida y no conocía el lugar. Quiso devolverse pero no sabía hacia cuál dirección debía ir. Si seguir avanzando o desandar sus pasos.

Entró a una casa donde al parecer no vivía nadie. Había unos cuantos muebles y enseres regados en el piso. Con la puerta desvencijada y las paredes de un color crema que se desconchaba por todos lados. Un par de sofás en la sala, con los cojines rotos y de un olor similar al orine de gato. Adornos sucios y rotos, un mesón grande al fondo de la sala, con un florero de flores marchitas, ya negruzcas y un par de platos de peltre vacíos como aguardando a los comensales. El lugar era inmenso, Carol sintió la sensación de estar en un palacio abandonado. A pesar de lo maltrecho de los objetos presentes, era evidente que una familia grande y acaudalada usó el lugar como su hogar. Pero sin duda sus días de elegancia eran solamente un recuerdo.

Unos retratos viejos colgaban de las paredes y comenzó a verlos uno por uno. Estaban descoloridos, con los marcos astillados y algunos con manchas café. Eran hombres, mujeres y niños de otros tiempos, con miradas perdidas, mudos ante quienes los contemplaban.

Una de estas fotografías llamó su atención a pesar de que estaba al otro lado de la sala donde se encontraba, caminó hacia él y algo en ella se contrajo al ver el rostro. Una fotografía de ella misma, desde un ángulo de perfil, posiblemente tomada desde su ventana mientras se cambiaba al llegar de la universidad y una inscripción que le resultó muy poco halagadora bajo aquellas circunstancias.

“La más bella”.

El ruido de una puerta de metal se escuchó al fondo y su curiosidad desapareció. Rápidamente salió del lugar y tomó el camino hacia la primera vereda que encontró.

Apuró el paso, casi corriendo, hasta que volvió a tropezar con el hombre con el martillo de goma golpeando latonería del Ford Fairlane naranja.

–¿Qué te pasó? ¿Te robaron? –preguntó el hombre.

–No, no pasó nada, es que me perdí buscando una dirección –respondió apresurada y viendo por encima de su hombro con un poco de susto.

–Debes tener cuidado, por aquí anda gente muy rara últimamente, malandritos y malvivientes. Pero sobre todo una señora que vive sola en la otra vereda, por ahí de donde tú vienes. Hay gente que dice que es bruja, pero yo digo que más bien es loca. A veces aparecen gatos y perros envenenados frente a la casa de ella. Yo fui su vecino cuando estaba chamo. Y de verdad que es rara. Se le quedaba mirando a uno y murmuraba cosas en idiomas extraños cuando veía muchachas bonitas pasando frente a su casa. Una de ellas fue mi noviecita y me dice que el pelo se le daño luego de que dejó que se lo tocara. Fue mal de ojo según me decía ella siempre.

–Yo a ti te conozco –dijo el hombre reflexionando y tratando de recordar–. Pero no sé de dónde… Pasa y siéntate, que está pegando el sol y tienes la cara roja. ¿Te duele la cabeza?

–No, pero regálame agua por favor –a Carol le pareció que aquel hombre era el dueño del lugar sin preguntárselo y poseedor de todas las respuestas que buscaba sobre lo que estaba ocurriendo en aquellos parajes.

Le pasó un vaso con agua del termo que tenía al lado. Se le quedó viendo, escrutándola.

–Me pasó algo muy raro –se animó a contar ella – Entré a la casa creyendo que estaba vacía, y vi una foto mía en la sala.

–No jodas, ten cuidado es lo que es. ¿Y si te anda buscando para secuestrarte?

–No tengo nada que pueda quitarme. Ni siquiera tengo teléfono. Tampoco tengo dinero, y mi monedero lo dejé en mi casa.

De repente algo mordió a Carol en el tobillo izquierdo que la hizo dar un respingo con un pequeño grito. Un aguijonazo. Se llevó la mano al pie y vio como una araña grande, del tamaño de su mano huía en dirección a la calle. Se levantó y la pisó sin dudarlo, más como venganza que por prevención a que dañara a alguien más.

–¡Esa vaina me picó duro! ¡Me arde!

–Dame para ver eso –miró la picadura y había un par de pequeños agujeros en el centro de un círculo rojo que crecía ante sus ojos. – Sí, se está poniendo feo, voy a buscarte un poco de alcohol para desinfectar la herida –dijo él mientras entraba a la casa rápidamente.

El tobillo de Carol comenzó a inflamarse y a dolerle. Se levantó de la silla y fue hacia adentro de la casa en busca del hombre. Pero sintió que alguien la llamaba. Al voltear a la calle vio a una mujer de mediana edad y de aspecto descuidado pero con remedo de elegancia. Con un traje de coctel raído, descolorido y manchado, el cabello con rastros de haber sido rubio en alguna época pero inundado de canas muy mal cuidadas, con mechones unidos con una especie de pegamento, formando bolas de pelo de aspecto casi animal y bisutería que simulaba ser de oro. Tenía la cara picada de viruela, piel blanca pálida y los ojos pequeños, el derecho era verde y el izquierdo de color amarillo. La señaló en silencio, sonrió y en un pestañeo dio medio vuelta y desapareció.

Nerviosa aún, terminó de entrar a la casa tratando de no apoyar el pie. Adentro todo era austero pero funcional. Con una mesa pequeña que servía de comedor, una cocina con pocos utensilios, platos de vidrio, vasos de plástico y una habitación con la puerta a medio cerrar con una cama grande y desarreglada. En todo lo demás parecía estar en orden y limpio. 

–Acabo de ver a la loca, me miró, sonrió y se fue. Me asustó. Era muy fea esa mujer, parecía un espanto.

–Déjame ver la mordida –le dijo mientras le frotó un algodón con un ungüento en el tobillo.

–Mira, te voy a contar lo que sucede con ella. Es una persona muy mala. La policía ha ido varias veces a su casa pero ella les moja la mano, los soborna, tú sabes, y la dejan tranquila. Pero dicen que se fija en mujeres que ve en la calle, y que le da rabia que sean bonitas o llamen la atención. Ella como que está acomplejada luego que quedó arruinada. Nunca supe por qué. Hay gente que dice que tenía problemas con el juego, otros que se gastó en rumbas y alcohol toda la herencia de su familia y ahora vive de lo que le regalan sus familiares. Ellos llegan a visitarla, pero nunca se quedan más de unos minutos. Al parecer perdió el cariño y el respeto de ellos. Pero dicen que envenena a otras mujeres solo por eso, por la envidia, la frustración, como si quisiera robarles la belleza y la juventud. Hasta se ha llegado a decir que algunas que han ido a su casa un par de veces luego desaparecen. 

–No me digas eso, me está comenzando a dar escalofríos y me duele la pierna.

–Tienes el pie rojo y está comenzando a hincharse.

Carol subió el borde del vestido y con horror vio como una marca azul verdoso subía por su pierna. Como un entresijo de ramas puntiagudas que comenzaba a extenderse por toda la piel.

–Estás envenenada. Esa bruja soltó esa araña para joderte. Yo tengo un remedio para eso, pero debes relajarte. Si no lo hacemos te desmayarás y luego no sé si vuelvas a despertar.

Carol enmudeció, él entró a la habitación con un frasco amarillo.

–Debes confiar en mí y relajarte. Yo sé qué hacer. Te voy a sacar de esta. Súbete la falda, te pondré esta crema en la herida y en toda esa marca que tienes brotada.

Carol estaba aterrorizada, pero se sintió aliviada. Se dejó atender ante la angustia de no saber qué le sucedería.

–Vente a la mesa, y recuéstate, pon el pecho en la tabla y cierra los ojos con tus manos.

A ella le pareció muy rara la petición pero accedió. De todos modos todo le parecía tan surrealista y a la vez tan natural que lo hizo mecánicamente como siguiendo un libreto.

Él se agacho, quitó la zapatilla del pie inflamado y comenzó a frotar el líquido con sus dedos. Ella sintió un cosquilleo seguido de un confort cálido, le gustó. El masajeó su pie completo y continuó hacia arriba.

El frío de su piel al no sentir el traje con la falda amarilla a medio subir le extraño pero lo aceptó, no sabía si la cura iba a funcionar pero el confort valía la pena.

–Voy a ponerte esto donde haya llegado el veneno. Lo más seguro es que ya esté corriendo por tus venas hacia otras partes del cuerpo. Hay que hacerlo bien y rápido. Relájate y no voltees.

La giró y de un jalón le levantó la falda y le enganchó el borde con la espalda casi tocando el cuello, arropándola y a la vez dejando su trasero al aire. Mil sensaciones pasaron por su mente, todas confusas pero agradables, efectos de la alucinación que dejaba el veneno que ya llegaba a su cerebro.

Sintió como el untaba el líquido recorriendo desde su tobillo hasta su pantorrilla, luego su rodilla hasta decidir ir hacia la parte posterior de su muslo, lo sintió tembloroso. Y estaba en lo cierto. Unas nalgas tan firmes por años de entrenamiento en body board y natación playera, además de la belleza implícita en ella lo atrajeron a más.

La marca comenzó a desaparecer a medida que el líquido amarillo se secaba, la hinchazón de su tobillo se esfumó. Ella sintió su pie liviano y movible nuevamente. Pero quiso quedarse así. Se relajó y lo dejó seguirla masajeando un rato.

–Yo creo que ya está cediendo, ¿cómo te sientes? –le preguntó él.

–Bien. ¿Estás seguro que ya estoy curada? –respondió ella dudando de lo definitivo del procedimiento.

–Eso no lo sé. Si quieres usamos todo el frasco. Y lo pongo en toda la zona otra vez.

–Sí, sí quiero –le respondió ella con voz sumisa y adormilada.

Él volvió a su masajeo con las manos por las piernas de ella. Se detuvo mucho más en observar cada detalle. No podía dejar de verla.

Recorrió el último pedazo superior de muslo. Y ahí estaba. Un par de labios prominentes y brillantes con una raja que parecía interminable. Color rosa fuerte. No aguantó y la tocó.

–¿Hasta ahí llegó la mancha esa fea? Preguntó ella con toque de inocencia.

–Creo que sí, aunque se ve muy bien hay que prevenir que el veneno no maltrate esta parte. Voy a poner ahí por si acaso.

Ella abrió más las piernas y se dejó tocar. El temblor en las manos de él desapareció. Pasó de un toque suave y pausado a uno acelerado a medida que las palpitaciones de ambos aumentaban. Una y otra vez metió su dedo, no hizo falta hacer una mímica de poner líquido en sus dedos, allí donde estaba todo está lubricado y casi al borde del goteo.

El asunto había pasado súbitamente de un proceso curativo a una seducción furtiva. –Voy a ponerte más pero adentro, tú sabes, es por tu bien. Ella entendió el juego y asintió con un gemido y con las piernas cada vez más abiertas.

Él bajó su cierre, sacó su pene y sin hacer demasiado esfuerzo, la penetró. Sujeto el cabello de ella con firmeza y su otra mano la acercó a su boca. Ella le mordió los dedos. El inmenso morbo que le producía ver el traje de satén brillante de Blancanieves lo enloquecía. Ella con gustó se dejó dominar.

No habló más, resoplaba como un caballo en galope, ella gemía con pequeños gritos, solo se separó de ella para levantarla, cargarla, abrir sus piernas y penetrarla otra vez pero de pie, y así la llevó hasta su cama donde en un arranque de frenesí le sujetó las piernas por los tobillos, la abrió de par en par y arremetió con todo lo que dio su cuerpo vigoroso.

Ella mantuvo los ojos cerrados, entregada totalmente. Hasta que sintió un vació seguido por un hormigueo en su vagina y luego una oleada de placer que la hizo gemir con fuerza y luego quedar desvanecida. Reaccionó al verlo a él quedar también casi desmayado, con su miembro chorreando dentro de ella. No sintió cuando él terminó. Ella tampoco cayó en cuenta de lo que le sucedía. Quiso abrazarlo. Le extendió los brazos pero él se levantó y cayó junto a ella jadeando.

Necesitó tocarlo, cayó en cuenta que no se habían besado y se fue hacia él para hacerlo. Pero fue raro, ya no lo sintió en la cama. Abrió los ojos y ya no estaba, pero sentía su presencia. Tiró sus brazos nuevamente buscando ese abrazo, toco una masa suave y la apretó contra sí. Abrió los ojos, era una almohada.

Estaba confundida, le tomó casi un minuto caer en cuenta de que estaba en su cuarto. Ya era de noche. Y no se escuchaba nadie en la casa. Eran las 2:00 a.m.

Sudorosa, tocó su vestido, estaba arrugado. Pero la sensación que más la abrumó, era que estaba mojado.

Se rio de sí misma y volvió a dormirse.