¿Cómo puedes enfrentar a un demonio que no ves ni sabes donde está? Igual pasa cuando negamos nuestra naturaleza oscura. Esa que nos avergüenza y negamos para encajar en lo políticamente correcto. En ese momento nos convertimos en caretas sin alma ni esencia. No somos ni ángeles redentores ni demonios apocalípticos. Somos ambos y a la vez, ninguno de los dos. Somos humanos. Y nada más.
De entrada te digo que no soy ejemplo para nadie, mi vida no es virtuosa. Tengo defectos mentales asqueantes. Vicios a los que no quiero renunciar. Bebo, fumo, me ha atraído la pareja de un amigo. He tenido sexo sin tener el más mínimo interés por los sentimientos o emociones de la otra persona. He sido infiel. Varias veces. Una vez le metí mano y me acosté con la hermana de una novia. Y nunca me he arrepentido. Me gustó. También me han montado cachos y no las culpo. Quizás yo habría hecho lo mismo en sus lugares. He robado. Mi hurto favorito era un chocolate en un supermercado. Una vez lo hice por hambre. Logré hacerlo en un par de países. Me he hecho el loco en los transportes públicos para no darle el puesto a alguien que tal vez lo necesitaba más que yo. He hecho insultos homofóbicos y puesto en duda la reputación de la señora madre de deportistas y árbitros. Siempre desde lejos, escondido entre la muchedumbre, en una tribuna. Ni de vaina de cerca. Voté por chavez en el 98. Y si se lo perdonaste a Miguel Henrique Otero y al Conde del Guácharo, debes perdonármelo a mi. También fui comunista, ateo y encapuchado en la universidad por allá lejos en el 97, cuando si siquiera me salía barba. Ahora soy de derecha. Me he coleado en el comedor de la universidad. Le he mirado el trasero y los senos a alguna estudiante siendo profesor de forma lasciva y babosa. Me he alegrado por la muerte de personas a quienes considero desgracias para el mundo. Maleantes y varios políticos. No creo en la justicia divina. Y para desgracia de este planeta, muchos se fueron felices y sin pagar. Detesto dar limosnas.
A veces, entre bromas, he dicho que ojalá no hubiera nacido en Venezuela. Me copié en un examen de química en el liceo. He dejado en visto a gente solo para dármelas de importante. He pedido nudes por casi todas las plataformas de mensajería. He odiado a familiares. En serio, odio. Y les he gritado e insultado. Y me he sentido bien y aliviado al hacerlo. He dejado de ayudar a personas por simple flojera. He llorado en la calle hasta dejar de sentir mis piernas. Le tengo fobia a los militares, policías y cualquier personal de autoridad uniformado. No me gusta hablar con sacerdotes. La primera razón que tuve para dejar de ir a misa, es que me aburría y me aburren todavía. Como verás, soy como tú. Solo que en ocasiones me da por llamar las cosas por ¿su nombre? No. No soy yo quien le pone nombre a las cosas. Solo que, con la edad, voy perdiendo ciertas inhibiciones. ¿Sabes qué? Está bien equivocarte, ser parcial, tener una opinión visceral propia, gritar, decir un chiste malo, enojar a unas cuantas personas. Ser. Vivir. Es imposible fluir y ser auténtico sin molestar a nadie. Quizás por eso soy cada vez menos idóneo para la diplomacia. Lo políticamente correcto me va pareciendo cada vez más falso e hipócrita. Artificial y vacío.
Quiero ver más verdades, más emociones reales. Crudas y brutales como una película de Tarantino. Que nos salpiquen los desahogos, las confesiones como los trozos de cerebros que saltaban en Bastardos sin gloria. Ahora quiero que la verdad sea parte del show.