Estos veinte años de chavismo le han robado a Venezuela sus incontables riquezas. Harán falta colecciones completas de libros para intentar cuantificarlas, si no es que pasa como con el resto de los horrores de nuestra historia que terminan siendo obviados por los catedráticos y estudiosos de la materia y termina siendo una anécdota en los futuros libros de bachillerato. Pero más allá del petróleo, el oro o cualquier material que haya sido saqueado, considero que el mayor robo que permitimos que ocurriese es el de la fe, la esperanza y la unidad entre nosotros.
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Terminamos por confiar en cualquier cosa, esperando un mesías, una figura ideal personificada en gente tan disímil y surrealista como Oscar Pérez, Lorenzo Mendoza, Nacho o la versión criogenizada, tipo Doctor Malito, de perez jimenez, y al mismo tiempo desconfiar de cualquier iniciativa o suceso. Hemos sido víctimas de nuestra propia ingenuidad, nuestra ansiedad y nuestra hambre por el show y la aclamación. Nos hacemos eco de cualquier chisme o rumor sin ni siquiera molestarnos en preguntar el quién, por qué, para qué, quién gana o quién pierde con la información que circula principalmente en redes sociales. Supuestamente el 99% de la población venezolana tiene un tío, de un primo de la esposa de un compadre que conoció en una gasolinera tiene un amigo militar que se la pasa metido en Fuerte Tiuna, el CNE y Miraflores y están dateadísimos. ¿No les ladilla ya escuchar falsedades de esos súper contactos? ¿A quién beneficia, por ejemplo, que los días de elecciones se rieguen supuestos resultados a favor de opositores cuando en realidad se les está dando una paliza en las urnas, ya sea por debilidad del candidato, incompetencia en la movilización o el paso de votantes luego de la hora de cierre? Simple, a que desconfiemos siempre, a generar zozobra, a aumentar el daño depresivo porque nada jode más que te eleven a lo más alto con una mentira y luego te suelten contra las rocas de la verdad, a que siempre cantemos fraude aunque el candidato opositor al día siguiente reconozca los resultados o que no haya manera de probar, o de que quieran probar lo que realmente sucedió ese día. Se jugó a que perdamos totalmente a fe en la democracia, en instituciones y que queramos resolver todo con personajes como lo de arriba mencionados. Y así hasta no creer en nada. Es sabio dudar para buscar la verdad, pero la duda eterna que paraliza le da todo el espacio al mal para crear una nueva realidad a su gusto. Lo sabían los gobernantes de 1984 de George Orwell Lo han perfeccionado los gobernantes del chavismo.
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La diáspora venezolana no ha escapado de esto. No ha sido suficiente el que no tengamos idea de la real magnitud de la descomposición en todos los niveles que sufre nuestro país. El chavismo ha emprendido una gigantesca campaña con el fin de acabar con cualquier indicio positivo de ciudadanía no importa dónde te encuentres. Esto va mucho más allá de las trabas para conseguir el pasaporte o para apostillar documentos. El ataque va a lo emocional, los valores y la cordura por medio de la discordia, y la confusión de informaciones en las redes sociales.
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He observado que esta estrategia se ha centrado principalmente en Facebook y Whatsapp ya que las mismas permiten controlar los focos donde se promueven las tácticas de desinformación. Pueden escoger sus blancos fácilmente por medio de la geolocalización y el uno a uno en cuanto a contactos. Observen lo que ha sucedido con los grupos de Facebook desde hace uno tres años para acá. Estos enjambres tóxicos han ido abarcando geográficamente, donde Panamá fue su laboratorio experimental para luego tocar los grupos de Perú, luego Ecuador, Colombia, Chile y recientemente España.
Este método sofisticado deja atrás al uso de la “Tropa”, muy conocida en Twitter donde bots chavistas se encargan de posicionar etiquetas a favor del chavismo. Acá se valen de diversas cuentas dotadas del mayor realismo posible que se hacen pasar por opositores moderados y radicales, recién llegados, locales, cómicos, benefactores, asesores y un sin fin de variantes. Los mensajes son cada vez más sofisticados pero siempre con una meta clara: Mantener la división, las etiquetas, la desconfianza, el chisme malsano y la sectorización inútil que impida por siempre la organización de los que se quedan y los que se fueron. Una explicación que nos da muchas luces sobre el funcionamiento de estas “granjas” de trolles, nos las brinda elmundo.es en este reportaje sobre la experiencia del uso de estas estrategias en la política española, estadounidense, rusa y de diversos países.
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Dentro de estos mensajes hemos visto cosas como “las mujeres de aquí no llevan vida con las venezolanas, les están quitando los maridos” (chauvinismo vanidoso), “la gente de aquí cuando emigró a Venezuela no se le pidió nada” (ignorancia histórica suprema que desnuda las fallas de nuestro sistema educativo), noticias falsas sobre agresiones a venezolanos o nacionales, propuestas sexuales, amenazas, la muerte de funcionarios del chavismo (me tienen mamado con lo de la muerte de tibisay lucena), la candidatura de Lorenzo Mendoza (de la que él mismo nunca ha dicho ni una palabra, por lo que ya desconfío de sus voceros) entre otros. Todo por supuesto avivado por una flojera extrema que nos da a la hora de buscar verificar una información más allá de las redes sociales o la identidad de uno de estos perfiles. Vamos, que si queremos seguir jactándonos que somos los inmigrantes mejor preparados académicamente, al menos podríamos saber cómo usar Google, sino, nos seguiremos engañando y mirándonos el ombligo. Se desconfía de las certezas y se cree a ciegas cualquier bulo provocador. Así de mal estamos. Así de mucho tenemos que aprender. En un país donde la zozobra es una política gubernamental, es fácil manipular a los ciudadanos para que nunca sepan qué o en quiénes creer.