Se sentó en un banco a revisar el periódico, con la esperanza de tener calma y encontrar mejores oportunidades que en internet. Saca un pañuelo y se seca los ojos. Ve acercarse un grupo de uniformados. Por precaución, simula atender una llamada y se va caminando. "Es horrible estar así, me siento sola. Extraño a mi hija y siempre tengo un nudo en la garganta cuando pienso en ella, pero no puedo regresar porque siento que le fallaré. Aquí es difícil sacar los papeles y sin eso nadie me quiere dar un trabajo decente. También la gente y los policías me tratan mal, como si fuera una delincuente. Regresar a mi país no es una opción. Me quedaré aquí unos meses más a ver que sucede".
Esta escena ocurre en muchos idiomas, en diversos lugares del mundo y con protagonistas de distintos géneros. Sin embargo el denominador común es el mismo. La ansiedad y la tristeza. La impotencia de encontrarse en un callejón sin salida donde cada uno tomó la decisión de entrar a aventurarse para buscar una mejor calidad de vida en una patria ajena.
El conjunto de síntomas psicológicos derivados del estrés que sufren los inmigrantes es conocido como Síndrome de Ulises. Fue descubierto por el psiquiatra español Joseba Achotegui en su centro de trabajo en el SAPPIR (Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados) del Hospital Sant Pere Claver de Barcelona, el cual fue fundado por él. El nombre es tomado del héroe de La Odisea, que se embarca en una aventura épica por los rincones más temibles del mundo griego. Pero el abandonar a su familia y sentir nostalgia por ellos, más los riesgo y desgracias que debe presenciar, nos reflejan el llanto de un hombre común y corriente más que el de un semi dios.
La migración en sus diferentes modalidades y motivos, se ha convertido en un factor distintivo de la sociedad globalizada. Y con ella un conjunto de cambios repentinos y bruscos en cuanto a estilo de vida, entorno cultural y circunstancias que van desde legales hasta familiares.
Estos cambios, a muchas personas les resultan abrumadores y no logran manejarlos adecuadamente, lo cual origina situaciones intensas de estrés, angustia y ansiedad.
Las sensaciones mencionadas van acompañadas de los diferentes tipos de duelo que se pueden sentir cuando se emigra: Por la familia y amigos cercanos, el idioma, la cultura, la tierra, el status social, el contacto con el grupo social cercano y los riesgos para la integridad física, la sensación de fracaso y por supuesto la soledad.
El Síndrome de Ulises afecta principalmente a aquellos que se encuentran de forma ilegal o en riesgo latente de pasar a serlo, en el país donde se encuentran y donde muchas veces, el regresar no es una opción por razones legales, económicas y de seguridad, o por el temor a sentirse derrotados o fracasados. Lo cual es el principal factor desencadenante de angustias y sensación de zozobra.
En estos inmigrantes, la sensación de sentirse deprimidos y apesadumbrados, no es la misma de la depresión clásica. No tienen deseos de morir para acabar con el sufrimiento. Por el contrario, tienen muchas ganas de vivir y superar el mal momento para salir adelante y ayudar a sus familias, lo cual da origen a actitudes de gran nerviosismo, tensión y el pensar obsesivamente en sus problemas actuales. También suelen presentar insomnio e irritabilidad en el carácter. Se le suma la desesperación de sentirse incomprendidos y sin apoyo.
La inmigración ilegal constituye un problema social por si sólo. El cual se agrava al observar ésta patología del siglo XXI. La principal recomendación para quienes la padecen es solicitar cuanto antes la ayuda de un profesional de la conducta. Ya sea por consultas privadas o en los servicios sociales de las distintas ONG que se dedican a la ayuda al inmigrante.
Emigrar no es fácil para nadie. Incluso para aquellos que lo han hecho con el mayor respaldo económico y laboral, acompañados de su familia, el impacto no es aminorado. Mucho más para aquellos que no corren con la misma suerte. Las secuelas emocionales son inevitables en cualquier caso. Es por ello que a manera de prevención, todas las personas con la disposición de emigrar, que observen la nueva situación de vida, más allá de la percepción de la cultura propia. Mentalizarse y prepararse para asimilar el choque cultural y minimizarlo en la mayor medida posible. Y a los ciudadanos del país anfitrión que conviven a diario con éstas personas, recordarles que ser inmigrante no es un delito ni convierte a la persona en delincuente, sino que son seres humanos iguales con la diferencia que nacieron en un país diferente pero con derechos fundamentales inviolables que tomaron una difícil decisión en busca de una mejor calidad de vida para ellos y sus familias.