Ser diferentes es un anhelo que nos persigue de forma consciente desde nuestra adolescencia. Ya no nos agrada que nos vistan parecidos ni combinados con nuestros hermanos. Y si somos morochos o gemelos la necesidad de identidad propia se intensifica para pesar de las madres cursis. Vamos, no es gracioso hacérselo a nadie.
Nos esforzamos a través de la ropa, tatuajes, el lenguaje y las actitudes en general dejar nuestro sello. Paradójicamente suceden cosas como que si te gusta el rock, te vistes de negro ta y como hacen las otras mil millones de personas que también les gusta el rock. Pasas a ser un cliché que pasa a ser de otro nivel cuando también te gusta lo gótico y las películas de terror. Las estrellas de rock se dieron cuenta de todo esto, ellos si saben algo de originalidad y si se fijan, ya no se visten de negro.
Más o menos pasa lo mismo con los políticos venezolanos. En el afán de agradarle a todo el mundo, paulatinamente, unos más rápido que otros, comienzan a ser una caricatura de lo que debe ser un político. La camisa Columbia o imitación donde solo le cambian el color ha marcado la pauta desde el 2012 en todos los bandos que se disputan el poder. Todos tan uniformados como las niñas rebeldes disfrazadas de Harley Queen en Halloween. Así como los inevitables sancochos, bebederas de cerveza, el evitar a toda costa hablar de que hacer con el control de cambio, la gigantesca y absurda cantidad de empleados públicos, el libre mercado, las misiones y una muy necesaria reforma constitucional, que hacer con PDVSA, entre muchos temas altamente escabrosos y comprometedores sobre el qué pasará el día después de mañana.
También todos nos prometen leyes como fórmula mágica para guiar a una sociedad maltrecha y sin rumbo. Por supuesto, siempre les saldrá más barato pagarle a un par de abogados para redactarlas que invertir dinero en la educación de los ciudadanos. Por eso sigo creyendo que mi modelo de sociedad universal utópica no tiene leyes. No son necesarias. Y no las necesitamos porque nos guían valores fuertes donde la premisa es el bien común sin joder la individualidad del otro. Y para eso no necesitamos policías ni militares. De hecho en esta espiral de crecimiento humano, el prescindir de estos últimos permitiría mayor inversión en educación, salud y desarrollo tecnológico.
Quiero ver a la gente exponiendo su talento sin miedo, a los que dirigen los países siendo seres humanos y no autómatas prefabricados funcionando para la satisfacción de un grupo, que los creyentes y religiones aprendan que todas son compatibles. quiero que lleguemos a Marte, que podamos publicar lo que sea y que nuestra única censura sea el juicio de las personas que deciden si nos leen y nos prestan atención o no. Porque confiamos en eso. Porque confiamos en los nuestros.
Eso sí que sería original.