Bernard Heisig. Obra: Cristo se negó a obedecer. |
Estamos unidos en forma colectiva por medio de nuestra conciencia, nuestros pensamientos. Pero también nuestro inconsciente juega un papel importante en esta conexión, por medio de los impulsos, miedos, deseos por muy reprimidos que estén.
Cuando odiamos, inevitablemente nos conectamos con esa persona o colectivo. Quedamos enganchados mientras nuestra mente se inunda de pensamientos y emociones asociados con estos.
Este agrio sentimiento se queda en nuestra mente dando vueltas, una y otra vez. No importa cuánto lo neguemos o lo obviemos para darle una buena imagen a los demás. Siempre se nota. Luego de admitirlo, lo justificamos. Buscamos sus razones, todas son válidas para nosotros. Todas tocan heridas que no han sanado.
Hace unos posts atrás yo mismo decía que hay casos donde la línea entre la justicia y la venganza desaparece para justificar el rencor. Y sí, yo también he llegado a odiar durante años.
Hace unos posts atrás yo mismo decía que hay casos donde la línea entre la justicia y la venganza desaparece para justificar el rencor. Y sí, yo también he llegado a odiar durante años.
Luego, sin darnos cuenta, nuestras emociones le pertenecen a eso odiado. Incluso nuestros momento de paz, alegría y placer penden de un hilo. A merced de la aparición de sus nombres en nuestros pensamientos. Ya no somos de nosotros mismos. Nos frustramos por ese robo de momentos de felicidad. Ahora les pertenece a ellos. Se la hemos dado. Hemos permitido el asalto a nuestra esencia.
Es duro convivir con el rencor. La vida se vuelve pesada y monótona. Nos apartamos de lo que queremos para nosotros, reduciendo nuestros deseos felices al mínimo y dándole la primera plana a los odiados. ¿Un político? ¿Un o una ex? ¿un amigo traidor? ¿Un familiar que nos lastimó? ¿un delincuente? ¿un grupo de fanáticos de otro equipo? ¿seguidores de una ideología o una religión? Y viene la pregunta incómoda: ¿Nuestra felicidad depende de la caída de esa persona?
¿Logramos lastimarlos? Sí, a veces puedes sentir euforia, alegría por verlos llorar. Tal vez ganes algo, como el reconocimiento de tus iguales. Alabanzas. Pueden ejemplificarte. Pero no queda nada en realidad. ¿Es una victoria verdadera? No, es solo una trampa del ego. Una arena movediza donde cae el autoestima y te agitas para solo hundirte más.
Suéltalo para que no te arrastre. El odio y el rencor son poderosos como la resaca de una playa. Cuando te des cuenta, no estarás pisando fondo.
Reconócelo, asúmelo, surféalo con lo mejor de ti.
No te pido que olvides, pero es posible neutralizar las emociones del pasado.
Perdona.
Y sálvate tú. Es lo único que importa.
Es duro convivir con el rencor. La vida se vuelve pesada y monótona. Nos apartamos de lo que queremos para nosotros, reduciendo nuestros deseos felices al mínimo y dándole la primera plana a los odiados. ¿Un político? ¿Un o una ex? ¿un amigo traidor? ¿Un familiar que nos lastimó? ¿un delincuente? ¿un grupo de fanáticos de otro equipo? ¿seguidores de una ideología o una religión? Y viene la pregunta incómoda: ¿Nuestra felicidad depende de la caída de esa persona?
¿Logramos lastimarlos? Sí, a veces puedes sentir euforia, alegría por verlos llorar. Tal vez ganes algo, como el reconocimiento de tus iguales. Alabanzas. Pueden ejemplificarte. Pero no queda nada en realidad. ¿Es una victoria verdadera? No, es solo una trampa del ego. Una arena movediza donde cae el autoestima y te agitas para solo hundirte más.
Suéltalo para que no te arrastre. El odio y el rencor son poderosos como la resaca de una playa. Cuando te des cuenta, no estarás pisando fondo.
Reconócelo, asúmelo, surféalo con lo mejor de ti.
No te pido que olvides, pero es posible neutralizar las emociones del pasado.
Perdona.
Y sálvate tú. Es lo único que importa.