La libertad es el concepto más ambiguo, subjetivo y temido por los seres humanos. La anhelamos como quien idealiza al amor de su vida, pero que al conocerlo se traban las palabras, las ideas no fluyen, nos encorvamos, sentimos el mal aliento y no sabemos qué hacer, cómo presentarnos y terminamos enredados ante semejante poder.
La libertad te expone. Deja a la vista la lealtad y la fidelidad a los principios y valores. No hay demostración más pura que cuando alguien es libre de irse y aún así se queda de tu lado, sin condiciones ni obligaciones, solo por la mera voluntad.
Cuando se internaliza la libertad, entiendes que la única que vale no es solo la tuya. Que así como quieres ser respetado en tus gustos y creencias, debes dejar a los demás expresar las suyas. En especial cuando no son de tu agrado. Soy una de las personas más agnósticas que te vayas a encontrar y aún así defiendo el hecho de que la gente vaya a sus iglesias, templos, cultos y lugares de rituales. Hasta creo que en ciertos momentos de la vida es bueno para la salud mental. Dejé de pedirle a la gente que hiciera o no hiciera ciertas cosas en mi funeral porque todos somos libres de pasar el duelo como mejor nos parezca. El que quiera tomarse unos tragos o rezarme un rosario o lo que sea que crea que lo amerite, que lo haga. Además no me enteraré, estaré muerto o divirtiéndome en otro plano. Quién sabe. Solo pido ser cremado y es por un asunto ecológico. Mis cenizas échenlas en una playa, la que sea me da igual, si se fijan, todo el planeta tiene un solo mar, en realidad.
Tenemos plena libertad para vivir y matar, todo está a nuestro alcance, sin embargo, decidimos hacerlo o no apegados a nuestras circunstancias. Nadie hace el mal todos los días porque lo presionaron. El bien y el mal, en los seres humanos, siempre será un asunto de elección. El poder de elegir, el poder que activa todos los componentes del razonamiento humano.
El respeto por la libertad ajena nos pone en aprietos morales y sociales constantemente. ¿Pero estamos preparados para aceptar las más excéntricas y chocantes creencias y costumbres? A mi me cuesta con algunas cosas, y mucho. Estoy claro en que es absurdo prohibir cierto tipos de canciones, ya hemos hablado de eso. Y honestamente me sentiría más cómodo si se minimizara al máximo ciertas posturas políticas o religiosas en beneficio de mi concepto de un mundo mejor. También me gustaría que mis amigos, pareja y familiares no actuasen de determinada forma o no dijeran ciertas cosas. Pero entonces ahí estaría sacando el tirano que llevamos latente. Ellos son así, puedo ayudarlos a mejorar y aceptar que ellos puedan ayudarme. El límite, por supuesto siempre será el daño que pudiéramos provocar al prójimo por nuestras acciones. Pero eso solo suena factible en los libros de autoayuda. Cuando la gente no quiere, pues, no quiere. Y si aún así, los mantienes cerca o te alejas de ellos, también eres libre de tomar esa decisión (la mayoría de la veces, en otras hay que aguantarlos).
También puede producir temor ser libres. De adolescentes queríamos ser mayores para poder hacer cosas de adultos como salir de fiesta toda la noche cuando quisiéramos. Y de adultos queremos ser adolescentes para librarnos de responsabilidades. Es como es inmenso temor colectivo que se apoderó de los negros cuando se abolió la esclavitud. Ninguno sabía exactamente qué hacer o dónde vivir y fue un proceso traumático, pero necesario. A veces queremos que las decisiones más relevantes sobre nuestro destino las tomen otras personas, o dejarlo en "manos de Dios" porque nos abruma la enorme responsabilidad de la libertad de tomar decisiones. Se nos escapa de las manos y corremos a los brazos de un poder superior que nos ampare y nos libere de culpas. Terminamos amando nuestras cadenas y venerando el templo que representan nuestras jaulas.
La libertad a veces es un fastidio, sobre todo cuando no es la nuestra, pero es como el dedo chiquito del pie, ese que siempre te tropiezas contra las mesas y que muchos han pensado en amputar. Es indispensable para estar completos, para estar derechos, para mantener la línea en nuestro andar. Para que no se doble nuestro ser.