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Las trampas de la soledad

El silencio luminoso. Edward Hopper.
Emigrar es una aventura en solitario, no importa si te llegas a tus hijos, pareja, al perro, al gato y al morrocoy. O si estás con amigos, o si de inmediato conseguiste el trabajo de tus sueños con colegas y uno que otro paisano con el que conectaste. O si, por el contrario y como una gran parte, te tocó llegar solo, sin conocer a nadie, y muchas veces, sin conocer el idioma o dialecto local.


El asunto es que en realidad se está solo, o tenemos la sensación de soledad, cuando nos vemos fuera de nuestra zona de confort, de nuestro espacio seguro, aunque ese espacio seguro sea un barrio de Mariara. Hablo de la seguridad de moverte dentro del espacio que conoces, que te hace sentir cómodo, incluso ante todas las desgracias y limitaciones que hayan en nuestro lugar de origen.

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Esto nos lleva a caer en lo que llamo las trampas de la soledad, que son baches donde nos quedamos pegados por gusto, sin hacer el mayor esfuerzo por salir, porque amamos ese bache y dependemos emocionalmente de él. La soledad es adictiva, nos crea la ilusión de que estamos mejor si no nos arriesgamos al contacto externo que puede herirnos. Poniendo una coraza en lo que tenemos, sin compartirlo. Solos pero sin crecimiento. Pasmados.


Nos aferramos a amistades: Pensamos que posiblemente sean los únicos que vamos a conseguir en el mundo. Son personas importantes y no vamos a dejarlos de lado. Pero están en otro lugar, siguiendo con sus vidas. Extrañarlos es normal, hablar con ellos y preocuparnos por ellos es normal y sano. Pero la trampa comienza cuando renegamos de conocer otras personas y ampliar nuestro círculo social.


Mantenemos relaciones a distancia: Sé que es chocante, pero no todos vamos a lograr traer a nuestras parejas a un nuevo país. Hay gente que podrá hacerlo y es muy emocionante ver esos reencuentros. Pero la mayoría no lo logrará. Esas relaciones en realidad terminaron el día que te montaste en el avión o en el autobús. Es hora de sincerarse y quedar como buenos amigos. Aceptar que tendrán destinos distintos. Y sobre todo, descubrir que alguien más puede amarnos y desearnos. Sí, es absolutamente posible enamorarse más de una vez, en distintos niveles y formas. De eso hablaremos otro día.

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Asumimos problemas que escapan de nuestras manos: Esto pasa cuando somos el referente fuerte de nuestra familia o círculo social. Queremos resolver todo como cuando estábamos en nuestro país pero no va a ser igual. Esto nos llena de ansiedad y estrés innecesarios. Obviamente está muy bien que quieras ayudar a los tuyos, con dinero, consejos y cariños, pero la migración no es cualquier cosa. Tienes problemas nuevos en una vida nueva que debes resolver en algunos momentos, de formas no convencionales para tí y eso debería ocupar tu mente. Es hora de enseñarle a tu gente a resolver sus problemas sin ti. En el camino todos crecerán y en el futuro te lo agradecerán.


Aislamiento laboral: Ya no eres el jefe, ni el ejecutivo, ni el más eficiente de tu oficina, y ahora nadie te conoce. Aferrarse a tu antiguo status no tiene sentido y puede llevarte a que quedes aislado laboralmente si no asumes que estás en un nuevo contexto donde lo importante es sobrevivir. Es cierto que en algunos países puedes lograr mantener tu oficio, pero en la mayoría no.


Lo nuestro es lo mejor y punto: Nos aislamos creyendo que la única comida sabrosa son las hallacas, las arepas y las empanadas con guasacaca. Que las únicas mujeres bonitas son las venezolanas (mano, conozca a las ucranianas y después hablamos) y que el único país bonito es Venezuela. El mundo es tan grande o pequeño según el tamaño de tus prejuicios y miedos. Comparar es estúpido, los patrones de belleza son subjetivos, amplios, infinitos. Incomparables. Es hora de hacer amigos locales y probar su comida, sus bailes, sus tradiciones y quedarnos con lo que nos guste.  Date una ducha y sal a conocerlos.